Mi peluche preferido

Tengo un oso de peluche tan viejo como yo. Se lo regalaron a mi hermana al nacer pero ella nunca le prestó atención así que me lo dejaron en la cuna y desde entonces nunca nos separamos.
Desde donde recuerdo jugaba con mi oso y los demás muñecos de mi cuarto, hacía una especie de escuela en la que yo era la profesora y los muñecos mis alumnos pero el osito siempre ocupaba un lugar más importante que el resto, podría decirse que era mi alumno predilecto, podría decirse que en mi clase hubo favoritismos, podría haberse aprendido en aquella escuela que el mundo no es lugar justo en el que todos somos iguales.

Mi osito a veces me ponía triste, los años se le notaban a él más que a mi, casi ni recuerdo cuando perdió su primer ojo, mi madre intentó suplirlo con un botón pero no quedó igual, empezó a dejar de ser suave y a quedarse delgado. Mi madre que siempre ha tenido un sentido pragmático inversamente proporcional al tacto, me dijo que tendría que dejar de dormir con osito si no quería que siguiera desmejorando.

Lloré pensando que iba a perderle así que durante una temporada lo dejé sentado en una balda, le hablaba como todos los días pero procuraba no tocarle demasiado, le expliqué con mucha delicadeza que estaba enfermo y que debía mantener reposo, osito me preguntaba que hasta cuando y yo no sabía qué contestar.

Al de un tiempo decidí que se había estabilizado, le dije a mi madre que le operase, ya no me importaba como quedara, ella lo hizo, abrió sus costuras y le metió algodón, reforzó las extremidades y después le puso un vestidito rosa de alguna otra muñeca a la que no me importó dejar desnuda... más predilecciones.

Tras aquella drástica operación me quedé más tranquila, decidí que ya podría volver a dormir con él, abrazarlo o darle besos.
Un día pensándolo seriamente se me ocurrió que osito debería hablar, yo ya le entendía pero quería que fuera "de verdad", durante mucho tiempo cerraba los ojos y me concentraba, enviaba a su mente mensajes "habla, anda" pero nunca conseguí que lo hiciera.
Dejé de lado el poder mental y empecé a rezar, en mis oraciones me parecía bastante comedida mi petición, al fin y al cabo sólo era eso lo que necesitaba y a Dios no le costaba nada, apenas un pequeño truco para que osito tuviera vida real.

Lo que pasó después fue sorprendente, una de las partes básicas del desarrollo humano, una de las primeras cosas que se aprenden y aplican a lo largo de la vida, me resigné. Comprendí que no había oraciones, ni poderes, nada que fuera a cambiar el hecho de que mi oso no iba a dejar de ser un peluche inanimado, no iba a hablar, ni a andar.

Sigue estando en mi cuarto, me lo llevé cuando me fui de casa, a veces lo miro y me rió de mi misma, cómo pude ser tan ingenua? y osito contesta: lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible.